En el tipo de
dominación tradicional, la legitimidad descansa en la santidad de las
ordenaciones y de los poderes de mando proveniente desde tiempos lejanos, es
decir, su raíz es la tradición. Buen caso es el de los faraones egipcios, los
cuales representaban al total de la sociedad frente a los dioses que desbordaban
el río Nilo. Se trataban de soberanos tan poderosos que dieron origen a construcciones
que nos siguen maravillando hasta hoy en día.
Sin embargo, cuando el faraón
Akentón intentó imponer una nueva religión de muy alta abstracción en su
concepción de la deidad, fracasó rotundamente. La reforma del Faraón eliminaba las manifestaciones religiosas
concretas, basada en imágenes corporizadas, antropomorfas y zoomorfas. Es
decir, se eliminó las tradicionales iconografías de la religión del Egipto
antiguo. Además se cambiaron todas las formas de oficiar las ceremonias
religiosas.
Las reformas
religiosas no se adaptaban a las necesidades espirituales de los campesinos y
artesanos, acostumbrados a diversas deidades que tutelaban cada aspecto de la
vida. Además, los dominados fueron abandonados por el clero, ya que los funcionarios religiosos se alejaron de la gestión social directa
(es decir de las cuestiones terrenales) para dedicarse al culto del nuevo dios
llamado Amón.
Todo el poder del aparato imperial no pudo imponer en el plano
individual a la nueva religión y los beneficios materiales otorgados por el
Faraón a los principales funcionarios del Estado para asegurar la continuidad de la nueva religión, fueron inútiles frente al
peso de la tradición. Entonces, no es de extrañar que, luego de la muerte de
Akenatón, la religión tradicional fuera restaurada y el faraón hereje borrado de
la historia escrita.
Para conocer sobre Akenaton pueden ver aquí